Sentados en la sala de la casa de su madre, donde el fotógrafo José Ángel Murillo tiene actualmente gran parte de su obra, conversamos sobre su carrera profesional como fotorreportero en una etapa convulsa para Panamá y América Latina: la década del 80 y 90.
MP- ¿Cuándo y cómo te iniciaste en la fotografía?
JAM- Yo comencé a tomar fotografías a los 18 años. En 1974 me fui a la Universidad Católica del Oeste, en Francia a estudiar Ingeniería Electrónica. En breve tiempo me cambié de carrera para estudiar por cinco años la carrera de Audiovisual en Bellas Artes, la cual englobaba no solamente cine (16 mm) y video, sino también fotografía, que fue donde decidí hacer más énfasis. Participé en algunas exhibiciones colectivas junto a otros compañeros de clase. En 1975 viajé de vacaciones con un amigo a Barcelona, tomé algunas fotos con una cámara 8 x 10 que llevé y vendí mis primeras imágenes, alrededor de 30 o 40. Continuamos viajando por España, me di cuenta que las personas gustaban de mis fotografías y vendí varias. Fue allí donde pensé que podía vivir de mi profesión.
MP- ¿Cuándo regresaste a Panamá y qué te motivó a regresar?
JAM- Regresé a Panamá en 1981. A mí siempre me llamó la atención la frase “Nadie es profeta en su propia tierra”, decidí regresar motivado por esa expresión. Yo había enviado una selección de fotografías mías al Departamento de Educación Artística del Instituto Nacional de Cultura (INAC); recuerdo que me presenté ante el director de ese momento Jaime Moreno y le comenté que no había recibido respuesta sobre mi trabajo. Era la primera vez que conversábamos personalmente y me comentó que mis fotos habían gustado mucho por lo que decidieron realizar una exhibición itinerante por distintos lugares del país. Luego comencé a trabajar como profesor en la Academia de Bellas Artes por un año. ¡Ganaba 54 dólares!
MP- ¿Cómo comenzaste en el mundo de la publicidad?
JAM- Luego de ejercer como profesor contacté a un amigo que tenía una agencia de publicidad y le comenté que me interesaba trabajar en ella pero mantener mi condición de fotógrafo independiente. Pagaban mejor salario que en mi anterior trabajo. Allí estuve un año pero tuve que parar porque quisieron hacerme un contrato fijo, no estuve de acuerdo y tomé la decisión de abrir mi primer estudio fotográfico.
MP- ¿Dónde estaba ubicado tu estudio?
JAM- Mi padre me apoyó mucho en esta nueva etapa, emocional y financieramente. Me fui a Nueva York para comprarme equipos, luces, cámaras. Regresé y monté mi primer estudio en el Edificio Metro en la Avenida Balboa, fue a finales de 1982 hasta 1983. El segundo estudio lo hice en Primer Alto, en planta baja, con vitrinas vista a la calle. Luego me mudé más al centro, para el Cangrejo, me renté un apartamento y monté el tercer estudio.
MP- ¿En los primeros años te dedicaste exclusivamente a la fotografía de estudio o también colaboraste en otras esferas?.
JAM- Paralelamente a la fotografía de estudio yo colaboré con algunas agencias de prensa. Yo había hecho amistad con un coronel de la Fuerza Aérea de las Fuerzas Armadas y me contactaron para viajar y documentar el país. Recuerdo que cuando murió en un accidente el General Omar Torrijos se me asignó fotografiar su entierro. Fue a partir de ese momento que comencé a cubrir otros eventos del gobierno y a colaborar con distintas agencias de prensa internacional. Mi fuerte era la publicidad y me convertí en fotorreportero y colaboré con la Sygma News Photos, entre otras agencias. Documenté la campaña política de Arnulfo Arias de 1984 y los conflictos generados a partir de ella.
MP- ¿Por qué decidiste no trabajar con medios de prensa locales?
JAM- Yo estaba consciente del poder que tiene una fotografía y el riesgo que conlleva utilizarla. Por tal motivo no trabajé con medios locales, para evitar la censura, muy común en esta etapa, y mostrar al mundo lo que sucedía en Panamá. El abuso y la violencia nunca me lo iban a publicar en el país. La salida que encontré fue enviar hacia afuera mis fotos a algunas agencias y que las vendieran a revistas u otros medios.
MP- A finales de la década del 80 seguías colaborando con distintos medios de prensa internacionales como fotorreportero. Cuéntame un poco más de estos años.
JAM- A finales de 1986-87, cuando todo estaba más caótico, colaboré con distintos sectores e hice fotografías para las Fuerzas de Defensa a través de un editor mío francés (yo era el fotógrafo que le cubría América Central y otros países de América Latina). Cuando Noriega llegó al poder todo lo relacionado a la publicidad bajó mucho y existía poca demanda de trabajo, la economía decayó notablemente. Entonces comencé a trabajar más con la prensa, un 90% de mi tiempo como fotorreportero. Colaboré con Associated Press (AP) en 1986, con ellos estuve un año solamente. Luego trabajé con Sygma News Photos, una agencia reconocida francesa. Durante esta etapa enviaba diapositivas (rollos sin revelar) a Nueva York de todo lo que acontecía en Panamá, desde la crisis bancaria hasta las manifestaciones y entierros. También trabajaba con France Press (AFP) y les enviaba fotos.
MP- Realizaste muchas fotos de Noriega y las Fuerzas de Defensa. ¿Tenías algún contrato en específico que te lo permitía?
JAM- A mí me tocó hacer muchas fotos del general Noriega y otros militares por encargo de la agencia de prensa para la que trabajaba; pero nunca trabajé directamente para las Fuerzas de Defensa (FD). Mi contrato era como fotógrafo freelance con mi editor. Hacía calendarios, agendas y hasta un libro de las FD hice y perdí la única copia que tenía. Le tomé varios retratos a Noriega, hice fotos del Batallón 2000 simulando ataques y del Estado Mayor, tanto individuales como grupales. Viajé mucho por el interior del país. Disponía de una carta que me otorgaba libertad de desiciones y poder de ejecución mientras realizaba las fotografías. Tenía todo lo que necesitaba para trabajar y vivir.
MP- De tener todas esas posibilidades que mencionas pasaste a estar preso. ¿Cómo sucedió?
JAM- Yo tenía mucho acceso a información que cualquier otro medio de prensa. Eso siempre fue un riesgo. Todo el mundo me conocía dentro de las FD y sabían el poder detrás de cada imagen que hice. Un día, en 1987, el Coronel Alexander, quien trabajaba en la sección de Protocolo de la Comandancia, me pidió unas fotos del collar de la condecoración El Águila Arpía. Me lo llevé a casa de mi madre y preparé un pequeño set para hacerlas. Durante la sesión me puse el collar y me hice un autorretrato a modo de “juego”. Eso molestó a Noriega. También cubrí algunas muertes que pasaron durante algunas manifestaciones de civiles como la de Guzmán Baúles y otro señor panadero cuyo nombre no recuerdo ahora. Estas dos muertes “oficiales” a manos de los militares las documenté y comenzó a correrse la voz entre las FD.
Yo estaba en Río Hato cubriendo un evento con la niña amiga de Noriega Sarah York. Uno de los guardaespaldas de Noriega, Eliécer Gaitán, se me acercó en el momento en que fui a entrar para hacer algunas fotos y me dijo: “tú no puedes entrar”. Me empujó por el pecho delante toda la prensa y me repite: “no te queremos cerca de nosotros”. Me separé un poco y después dos hombres de la inteligencia, vestidos de civil, comenzaron a agarrarme y me sacaban del grupo. Yo comencé a gritar: “prensa, prensa, me están llevando”. Todos los fotógrafos se voltearon y vieron cuando me llevaban y los hombre me soltaron inmediatamente.
En ése momento supe que algo andaba mal y no fui a la ciudad hasta la noche. Llamé por teléfono al corresponsal de France Press, James Aparicio, que trabajaba conmigo, y le conté lo sucedido. Esa misma noche llegaron a mi apartamento en Calle 50 los de la FD a buscarme. Mi esposa les abrió la puerta y les dijo que yo no me encontraba en la casa, pero yo estaba escondido. Al día siguiente le dije a James que me acompañara a ver a los de la inteligencia que me estaban buscando. Él no quiso ir conmigo, mi padre fue el que me acompañó. Fuimos en su carro. A él no lo dejaron entrar. Yo entré y me detuvieron. Me mandaron a la contrainteligencia y allí me quedé cuatro días. Mi padre preguntaba por mí y le decían que me habían soltado.
Me interrogaron sobre las muertes que había documentado y el por qué yo estaba en el lugar de los hechos. El primer día me sentaron en una oficina mal ventilada y me dijeron que no me podía ir. No me daban comida, sólo agua. Me ponían pistola en la cabeza en la noche y no me dejaban dormir. Me pusieron una televisión y un sofá. Se me acercó un hombre con un arma en la mano y le dijo a uno de los guardias: “a éste envíenlo a mi oficina”. Le pregunté al guardia que quién era y me dijo: “le dicen el estrangulador”. Escuchaba gritos de otras personas detenidas al ser golpeadas o torturadas. A las 3 am me despertaron cuatro hombres armados y me dijeron que me iban a llevar a dar un paseo. Me montaron en el carro y me dijeron que mejor íbamos otro día. Era una tortura psicológica.
Al tercer día me llevaron ante el Mayor y Jefe del G2 Peter Camargo y me dijo que yo había atentado contra la seguridad del Estado al enviar fotos a medios de prensa internacionales. En horas de la tarde me traslada un hombre de 6 pies de estatura a un cuarto pequeño con unas luces amarillas y me pide que dé un paso adelante. Frente a mí habían sogas con nudos, palos con clavos para golpear y todo tipo de herramientas de tortura que te puedes imaginar. Todo el piso y parte de las paredes estaba manchado de sangre. Me dejó allí y me ordenó que esperara sin moverme. Así estuve media hora. Luego entró el mismo hombre arrastrando una mesa de metal y una silla. Se sentó frente a mí y comenzó un interrogatorio con preguntas alrededor del incidente con la medalla de la condecoración El Águila Arpía y también sobre mi trabajo y las fotos que había tomado. Me repitió varias veces la misma pregunta de distintas maneras. El cuestionario duró dos horas. Luego me trasladaron a otra sala y me dieron algo de comer.
Al día siguiente, en la mañana, me mandó a buscar el Capitán Balda a su oficina. Cuando entré vi a mi padre. Le dijo que me revisara, que no me cortaron ningún dedo. Me hicieron firmar un documento donde decía que no me habían hecho nada, que sólo conversaron conmigo y me trataron bien. Nunca voy a olvidar este momento. ¡Me salvé!, pensé. Luego supe que el que ordenó que me soltaran fue el Coronel Wong, a quien debo agradecerle. Llegué a casa con mi padre, comí algo y abracé a mi exesposa madre de mi hijo varón, que en ése momento estaba embarazada. Después mi cuñado me llevó a McDonald y allí me monté en un carro hasta El dorado; luego me pasé a otro carro y luego a otro hasta llegar a Las Cumbres a la casa de mi cuñada, allí me reuní con mi esposa. Mis padres no sabían dónde yo estaba. Era una manera de protegerlos y protegerme.
MP- ¿Qué pasó después?
JAM- Llamé a las oficinas de France Press en Costa Rica y de Sygma News Photos en Nueva York para informarles de lo sucedido. Estando en la terraza con mi familia, mi sobrina me informa que me llamaba por teléfono una señora. Nadie tenía el número de la casa donde me estaba quedando. Al responder la llamada la mujer me dijo: “Te habla alguien de adentro: José Ángel Murillo, huye porque van por ti”. Nunca supe quién fue la persona que llamó, me gustaría saberlo para darle las gracias. Estuve dos horas escondido en casa de una vecina y sobre las 6pm me monté en la parte de atrás de un carro Mitsubishi azul oscuro y le dije a mi cuñado que me llevara directo a Albrook, a la Zona del Canal. Llegamos a la garita y le pedí al soldado norteamericano protección como refugiado de prensa. Allí me quedé durante varias horas. Me pusieron una capucha en la cabeza para que no viera nada y me montaron en un carro. Me dieron vueltas como 45 minutos, lo suficiente como para perder noción del lugar y no orientarme. En la noche me entraron a un cuarto y me sentaron en un sofá, allí me quitaron la capucha, me dieron un sándwich de atún y me dijeron que descansara.
En la madrugada vinieron a buscarme de nuevo, me dieron varias vueltas y tuve subir y bajar escaleras. Me llevaron a una oficina donde habían tres personas. Me hicieron fotos de registro y llené formularios con muchas preguntas. Les pregunté para qué me hacían eso y me dijeron que me iban a sacar del país. Les dije que no me quería ir y que si me sacaban que me dejaran cerca de la región, en Costa Rica o en Colombia porque yo no me quería perder lo que estaba por venir en Panamá: las luchas y las represiones.
Salí de las oficinas y me llevaron a un apartamento con refrigerados, tv, comida y dos guardias. Me entregaron un sobre con 400 dólares americanos y mi cámara que me habían dejado mi padre y mi exesposa. No sé cómo pero se enteraron de dónde yo estaba. En la habitación había un teléfono desconectado pero yo conseguí conectarlo con la línea del piso de arriba y en un descuido de los guardias llamé a mi exesposa para decirle que estaba bien. Lo hice a través de una operadora de la zona quien no se dio cuenta de mi mal inglés y por suerte me pasó la llamada. Al día siguiente me vinieron a buscar de nuevo y me regañaron por comunicarme con mi familia. Me cambiaron de lugar por mi seguridad y me llevaron a Clayton. Ya llevaba un mes escondido y comenzaba a desesperarme.
Era finales de octubre de 1988. Me interrogaron de nuevo y les dije que me quería ir. Me buscaron hombres de la CIA y me montaron en un carro. Cuando me quité la capucha de la cabeza estaba en Vía España. Me bajaron del carro, me dieron mi cámara y me dijeron que hiciera lo que quisiera que ellos ya no eran responsable por mí. Fui a mi casa escondido porque sabía que estaba bajo vigilancia aún. Estuve allí escondido tres semanas.
MP- ¿Cuándo te fuiste al exilio?
JAM- Llamé a la Embajada de Francia en Panamá y les pedí ayuda para salir del país. Como yo había estudiado en Francia, tenía una hija francesa y fui colaborador de AFP me ayudaron a coordinar la salida. Mi exesposa quiso irse conmigo aunque le pedí casi implorando que no lo hiciera. Teníamos ahorrados cinco mil dólares americanos, una cámara y tres lentes. Habían allanado mi casa y lo que no rompieron se lo llevaron.
Nos montamos en un avión destino a Caracas. La situación política en Venezuela estaba dirigida por la campaña presidencial de Carlos Andrés Pérez. Nos quedamos en un Aparthotel en el centro de la ciudad. Sobrevivimos económicamente gracias a las fotos que tomé durante El Caracazo porque el aeropuerto estaba cerrado y la prensa internacional no pudo entrar. Durante este tiempo conocí a Diógenes La Rosa, asesor panameño de Pérez, e hice contacto con otros exiliados como Roberto Brenes, Isaac Rodríguez, Burgos, entre otros. A mi esposa le dieron un trabajo en el grupo Democracia para Panamá y yo hacía las fotos de los contenidos, reuniones y manifestaciones contra la dictadura. Hice varias fotografías del Coronel Díaz Herrera durante sus confesiones sobre la corrupción del gobierno de Noriega. Él estaba casado con una venezolana, tenía una casa enorme con piscina y una secretaria rusa.
Poco a poco pude hacerme un laboratorio donde pude revelar los rollos y seguí colaborando con Sygma. Empecé a enviar material fotográfico de los acontecimientos en Caracas en ese entonces y busqué diferentes vías para hacerlo. Con lo que hice de trabajo en una semana me alcanzó para sobrevivir casi un año. Mi hijo Miguel Ángel nació en Venezuela y Brenes me ayudó con el parto de mi mujer en el hotel. Éramos vecinos de habitación.
MP- ¿Cuándo regresaron tú y tu familia a Panamá?
JAM- En junio de 1989, luego de tres semanas de mi hijo haber nacido, lo envié con mi esposa para Panamá. Se fueron a vivir a la casa de sus padres en Colón. A los pocos días fui yo para reunirme con ellos. Mis padres estaban en Miami con mi hermana. Recogí a mi familia, nos fuimos a la ciudad y nos hospedamos en el Hotel Washington.
MP- ¿Por qué regresaste?
JAM- Yo sabía que pasaban muchas cosas en Panamá y que las personas se estaban manifestando en contra del régimen. Yo quería fotografiar lo que sucedía.
MP- Una vez en Panamá, ¿qué hiciste?
JAM- Me fui a hacer fotos de todo lo que estaba pasando en las calles y en el interior del país con el objetivo de hacer un libro titulado Panamá: Tierra de contrastes, en colaboración con un amigo de Venezuela y patrocinado por Cannon. Conseguí rentar un apartamento en El Cangrejo y un carro para poder desplazarme. Salía discreto porque no quería que me vieran. Uno de los grandes sucesos que fotografié fue el Golpe de Estado del 3 de Octubre. El 17 de diciembre de 1989 estaba caminando en el barrio El Chorrillo con el fotógrafo Alberto Muschette y nos enteramos que habían enfrentamientos cerca del Cuartel Central. Fuimos para allá pero no nos acercamos mucho para evitar ser detenidos y de todas formas un guardia me vio y tuve que salir corriendo. Ya me habían identificado. Estuve en Panamá alrededor de cuatro meses. Hice una preventa del libro para recaudar fondos y se vendió todo.
MP- ¿Hacia dónde fuiste después?
JAM- El día 18 de diciembre me fui al aeropuerto internacional de Tocumen con destino a Cali, Colombia, para preparar el libro con todo el material que había recopilado. Me identificaron unos hombres vestidos de civiles y me llevaron para una oficina. Allí se me acercó un señor en uniforme de Migración y me dijo que no me preocupara porque él no estaba de acuerdo con los métodos que estaba usando Noriega. Me acompañaron hasta la puerta del avión y no perdí el vuelo. Llegué a Cali para terminar el diseño del libro y hacer las pruebas de colores.
MP- ¿Crees que esa actitud del señor que te ayudó a tomar el avión se relaciona con la decepción de algunas personas hacia el régimen y sus métodos de represión?
JAM- Sí, totalmente. Ya en esta etapa muchos habían visto que la situación no era buena para nadie y que Noriega era un hombre peligroso para el país.
MP- ¿Dónde estabas cuando sucedió la Invasión de Estados Unidos a Panamá?
JAM- A las 10 de la noche de 19 de diciembre yo estaba en el bar del hotel donde me hospedaba en Cali y recibí una llamada de Jean Pierre, Editor en Jefe de fotografía de Sygma, para decirme que me necesitaba en Panamá para que hiciera fotos de un gran suceso pero no me dio muchos detalles, sólo que los americanos estaban planeando capturar a Noriega. Recogí mis cosas y me fui al aeropuerto de Cali pero estaba cerrado. Regresé al día siguiente temprano en la mañana del 20 de diciembre y pude conseguir un vuelo destino a Bogotá porque el espacio aéreo de Panamá estaba restringido. Cuando llegué era el mediodía y el aeropuerto estaba colapsado de periodistas y fotorreporteros queriendo ir a Panamá. Un cura de Chitré que me vio buscando vías para salir del país me preguntó si yo era panameño, y le respondí que sí. Me dijo que él había conseguido un vuelo que iba de Bogotá a San Andrés y de San Andrés a San José que si me interesaba ir con él. Habían más de 150 periodistas esperando vuelos para ir a Panamá. No podía perder esta oportunidad que el cura me estaba ofreciendo. Me fui en el avión sentado en el jumpseat.
MP- ¿Qué sucedió al llegar?
JAM- Llegamos en la noche del día 20 a San José, Costa Rica. El cura (no recuerdo su nombre) llamó por teléfono a la Nunciatura de Chiriquí y pidió que nos fueran a recoger a la frontera, informando que iba acompañado. Mientras esperábamos el bus que nos recogería, tomábamos vino tinto y comíamos pan y queso. El 21 nos fuimos a Paso Canoa y no tuvimos problemas para cruzar la frontera. Vimos muchos policías vistiendo suéteres blancos pero no habían soldados gringos. Hice algunas fotos.
En el camino encontramos a una periodista norteamericana que se nos unió en el viaje. Atravesamos David, la capital de Chiriquí, y luego seguimos hacia la provincia de Chitré. Llegamos, cenamos con unas monjas y en la noche llegó un hombre al lugar y nos dijo que corría el rumor que Noriega estaba escondido por la zona y que la Ciudad de Panamá estaba llena de conflictos. El cura, la periodista y yo nos montamos en el busito con otras diez personas y nos fuimos rumbo a la ciudad. En el camino fuimos interceptados por militares gringos, nos pidieron documentos y les dije que yo era reportero de Sygma. Nos dijeron que teníamos que regresar y les dije que estábamos a 250 km de la ciudad y que necesitaba ir a cubrir los sucesos. Les pedí un helicóptero y me miraron como si yo estuviera loco. Volvimos a Chitré.
A la mañana siguiente le pedí al cura que nos llevara hasta la transístmica para llegar a la carretera Panamericana. Disfrazamos a la periodista “gringuita” con un hábito de monja y nos fuimos hasta Divisa. Nos paró un carro y nos llevaron hasta Penonomé. Allí encontramos un carro abandonado, nos montamos y nos fuimos. Llegando a Río Hato vimos muchos camiones parados en medio de la carretera, nos bajamos y empezamos a caminar hacia el pueblo. Cuando llegamos vimos cientos de periodistas extranjeros tirados en el suelo y varios militares. Dentro de la multitud se encontraban cuatro fotógrafos de Sygma provenientes de distintas partes del mundo y que no habían podido entrar a la ciudad. Me separé de la periodista, quien se fue con uno de los fotógrafos. Yo por mi parte me fui con un joven que manejaba un camión de comida y lo declaré “mi asistente” para poder pasar entre los militares.
El panorama era abrumador: edificios rasgados, carros 4 x 4 chocados y lugares destruidos por enfrentamientos. ¡Hasta paracaídas en los postes de electricidad habían! Yo seguía haciendo fotos de todo a mi alrededor y en una parada que estuvimos obligados a hacer me quitaron algunos de los rollos que había fotografiado. Pude seguir pero había perdido parte del trabajo, aunque mantenía mi cámara y algunos otros nuevos rollos. Llegamos a Arraiján y ningún vehículo podía pasar, sólo la prensa a pie o los soldados norteamericanos. Pude montarme en un vehículo Hummer con ellos y me fui a la ciudad. Me llevaron hasta la entrada del Puente de Las Américas. La zona estaba rodeada de militares armados. Atravesé el puente caminando y llegué a El Chorrillo.
MP- ¿Cómo era el paisaje que te encontraste?
JAM- Era el 23 de diciembre y todavía se veía mucho humo. Hice varias fotos de personas recogiendo cosas en las calles y de los saqueos ocurridos a las tiendas y comercios por parte de la población panameña. Había una violencia civil de un sálvese quien pueda. Cada quien trataba de sobrevivir buscando recursos. Las personas estaban armadas y llegaban a los lugares a llevarse las cosas amenazando con pegar un tiro a quien se le interpusiera. La ley de la selva: el que tenía el arma más grande tenía más derecho de tener comida, gasolina, equipos electrodomésticos, entre otras cosas. Tomé fotos de estos sucesos pero la mayoría se me han extraviado.
MP- ¿Pudiste ver a tu familia?
JAM- Sí. Llamé a mi exesposa al llegar y los fui a ver al apartamento que teníamos en El Cangrejo. Ella estaba asustada porque desde la ventana se veía el puente de Tumba Muerto y la Transístmica con tanques de guerra. Era de noche. Le dije que se metiera en la tina del baño con Miguel Ángel, nuestro hijo. Mi amigo Tony Johnson les llevó comida. En la tarde del 24 de diciembre de 1989 llegué a la casa y pude verlos.
MP- ¿Qué hiciste después?
JAM- Luego salí nuevamente a la calle a hacer fotos y me fui a la zona de Tumba Muerto. Habían puesto algunas barricadas con piezas de carros y otras cosas que encontraban para protegerse de todos, tanto de los grupos segregados de los Batallones de la Dignidad como de los militares gringos.
MP- ¿Era legal portar armas en Panamá en ése entonces?
JAM (riendo)- Todo se valía en ese momento. Habían contenedores de armas y se vendían los AK49 a 400 dólares cada uno. No sé cómo pero muchas personas tenían armas por distintas vías.
MP- ¿A qué sucesos, escenas o personas le hiciste fotos en estos días post-invasión?
JAM- Le hice fotos a todo lo que me llamaba la atención y creía que era relevante mostrar y guardar para que después no nos engañaran. Hice fotos a color y en banco y negro. De cadáveres, derrumbes, carros aplastados. Subí al noveno piso de un apartamento una vez y me encontré a toda la familia quemada. Otra vez estuve en un enfrentamiento frente a la sede del PRD en la Avenida Central. Nos tiramos al piso por las explosiones de granadas en el centro del partido. También le hice fotos el día 25 de diciembre al Cuartel Central en El Chorrillo. Curiosamente dentro de uno de los dormitorios de los guardias que cuidaban el cuartel me encontré un póster con una imagen de una piña. A Noriega se le comparaba con esa fruta por tener la cara con muchos baches. Realicé fotos de la fachada y del interior.
MP- ¿Te tropezaste con algunos fotógrafos panameños cubriendo algún suceso también?
JAM- Sí, me encontré una vez con Toño Montaner que colaboraba con la agencia AP, Carlos Guardia, también de la AP, estaba haciendo fotos pero no nos vimos. Con Muschette me vi par de veces en distintos lugares. Habían muchos otros pero cada quien en lo suyo, tratando de documentar la mayor parte posible.
MP- ¿Conservas todo o gran parte del material fotográfico?
JAM- Gran parte del material sí, otro lo perdí. Todavía tengo que escanear y digitalizar muchas fotos.
MP- ¿Te encontraste a algunos de los guardias que te apresaron?
JAM- El 26 de diciembre me encontré a uno y de la rabia le caí a golpes. Yo estaba en el Parque Urracá con otro fotógrafo y lo vi. El resto te lo puedes imaginar.
MP- ¿Recuerdas los nombres de algunos fotógrafos extranjeros que estaban por esos días en Panamá?
JAM- Sé que habían muchos fotógrafos en Panamá durante y después de la invasión. Recuerdo a Esli, de Perú; Alexandre Tokitaka, de Brasil; Christopher Morris, de Estados Unidos, Patricio Bell, Wesley Box, Bill Gentile, de Estados Unidos, Manu Chaldugard, entre muchos otros. A veces nos reuníamos en mi casa a compartir experiencias. Con todos mantengo contacto hoy día gracias a las redes sociales.
MP- ¿Qué hiciste con todo el material fotográfico que recopilaste durante la Invasión de 1989?
JAM- Gran parte la envié a las agencias de prensa con las que colaboraba y otra parte la tengo guardada.
MP- ¿Dónde estabas cuando se entregó Noriega?
JAM- Yo estaba en la Ciudad de Panamá. Cuando supe que Noriega seguía escondido y era buscado por los norteamericanos, me alquilé un apartamento al lado del Hotel Balboa en la Avenida Balboa. Quedaba al lado de la Nunciatura y me cobraban 600 dólares por dos meses de renta. Me instalé con todos los equipos. Guardaba lentes dentro de pan de molde que compraba en el supermercado y llevé cámaras silentes. Los escondí en el pasillo del piso donde vivía. Mi hermano me acompañaba, llevaba una camarita, entonces fue visto por francotirador y nos comenzaron a tirar. Al terminarse el tiroteo llegó el dueño del apartamento, me devolvió el dinero y me sacó del lugar. Me mudé a otro apartamento donde me cobraban mil dólares diario, llamé a la agencia y aceptaron pagar el monto. Compartí piso con una fotógrafa de otra agencia inglesa llamada Reuters y simulábamos que éramos pareja para distraer a los vecinos. Estuvimos vigilando por horas para ver si sucedía algo. Hicimos par de fotos pero nada extraordinario. Nos unimos a una movilización civilistas y tirábamos papel sanitario blanco mientras estábamos alerta en espera de la captura de Noriega. Comíamos galleta y tomábamos cerveza. Dormíamos poco.
El día que Noriega se entregó apagaron todas las luces y pusieron una música alta de rock. Un carro se acercó a la Nunciatura, en la Avenida Balboa, con tape en las luces. Nos colocamos en el pasillo pero no se veía nada. Vimos salir del edificio como 3 o 4 personas pero no se podía usar flash y la distancia era muy grande, estábamos en el octavo piso. El carro se fue cerca del Colegio de San Agustín. En la cancha de juegos habían helicópteros y se escuchó el sonido de cuando despegaron. Ya tenían a Noriega los de la DEA y no pudimos hacer ninguna foto del suceso por falta de luz. Me fui a la sala de prensa del Hotel Balboa y les grité a todos: Hey! He left.
A los fotógrafos que estaban al otro lado del puente de Las Américas los dejaron en Howard y no pudieron hacer ninguna foto de los sucesos en la ciudad. Las fotos que hay del momento en que se llevan a Noriega detenido la hicieron los gringos. No existen fotos de él cuando lo capturan en la Nunciatura.
MP- ¿En los años 90 seguiste trabajando como fotorreportero?
JAM- Yo seguí haciendo fotos y colaborando con Sygma. Luego de las elecciones presidenciales del 89 con Endara, Ford y Calderón y la captura de Noriega, la policía había cambiado y ahora parecían soldaditos de papel. Comenzó un periodo de reconstrucción del país. Estuve haciendo fotos de los campamentos donde fueron ubicados los vecinos de El Chorrillo cuyas casas perdieron durante la Invasión. También documenté la llegada a Panamá de los cubanos exiliados y refugiados políticos que habían llegado por distintas vías. Se daban manifestaciones en las calles y de algunas hice fotos. Cuando vino el expresidente George Bush a Panamá en 1992, que hasta bombas lacrimógenas tiraron como protesta a su visita, realicé fotos.
MP- Si tuvieras que definir el fotoperiodismo en Panamá en la década del 80 y 90 qué dirías.
JAM- No creo que le hacía falta mucho; sin embargo, faltaban fotógrafos locales decididos a meterse en el “campo de batalla”. En la publicidad había una élite de 4 o 5 fotógrafos muy selectivos y difícil de acceder. Me costó entrar al grupo de Carlos Montúfar, Memo Guevara, Warren León, Jaime Luca y Castillero, pero lo logré. Usábamos equipos de gran formato. Demoró 3 años para que me aceptaran y después nos reuníamos en mi estudio. Siempre dije que teníamos que poner unas tarifas mínimas para que nuestro trabajo fuera valorado y disminuir la competencia. Ellos eran 15 y 20 años mayores que yo y yo andaba con ideas nuevas sobre la ley de derechos de autor, tecnología, formulario de contratos de trabajos, etc. Tanta fue mi lucha por los derechos de los fotógrafos que la Asociación de Agencias Publicitarias de Panamá me prohibió la entrada.
MP- ¿Cuáles cámaras utilizaste principalmente en esos años?
JAM- Para hacer publicidad utilicé cámaras de formato grande y mediano que cubrían gran perspectiva como la Zina, la Hasselblad y la Leica de 35 mm, que me era más útil para los bocetos. Para el Street Photography y los fotorreportajes usaba cámara Cannon de 35 mm, una de las más populares de la década. Cannon Latinoamérica tenía su oficina en Panamá y a través de ellos tuve siempre acceso a buenas cámaras.
MP- ¿Qué significó para ti la transición de la fotografía analógica a la digital?
JAM- Caos. Comenzamos a editar los positivos y los digitalizábamos con scanner. Fue un proceso lento en el que tardé varios años. Pudiera decir que la transición la hice en 1996 con una cámara Cannon porque ya la conocía en formato analógico. Me compré en Nueva York dos cámaras, una de 8.12 megapíxeles y otra de 10, cuatro lentes, un scanner más moderno y una computadora. Seguí trabajando en la publicidad.
MP- ¿Alguna vez impartiste clases de fotografía?
JAM- De 1991 a 1995 fui profesor en la Universidad del Istmo. También fui un tiempo profesor en la Universidad Latina pero tuve que dejar el trabajo porque no tenía tiempo.
MP- ¿Has sido mentor de algún fotógrafo emergente?
JAM- ¡De varios! Puedo mencionarte a Arnulfo Franco, corresponsal actualmente de Associated Press (AP).
MP- ¿Actualmente en qué trabajas?
JAM- Sigo de mentor de algunos fotógrafos jóvenes, doy cursos y colaboro con distintos proyectos que me invitan como éste que estás organizando con Teresita Yaniz de Arias, que me parece muy interesante. Sigo haciendo fotos de vez en cuando. Me gustan los paisajes y las personas.
MP- ¿Qué consideras de la fotografía actual en Panamá?
JAM- Es muy facilista y mediocre. Hay muchos fotógrafos que se consideran dioses y son pseudointelectuales o andan diseñando sin aprender bien el oficio. A pesar de que tenemos internet los fotógrafos no tienen conocimiento sobre fotografía. Les interesa más el show en las redes sociales y les falta formación profesional. Al no tener una academia especializada en fotografía y la ausencia de crítica de arte tampoco ayuda. ¡Espero que las cosas mejoren un día!
Panamá, 21 de noviembre de 2019
Entrevista a José Ángel Murillo por Maylin Pérez